Al servicio de nuestro pueblo

1. Valoración de nuestra identidad colectiva

 

 

[4] Habiendo transcurrido veinticinco años del documento Raíces cristianas de Cataluña, los obispos hoy ratificamos y continuamos lo que entonces nuestros hermanos en el ministerio ofrecían a la comunidad católica y a toda la sociedad catalana. Como pastores de la Iglesia, manifestamos nuestro profundo amor por el país y nos ponemos a su servicio porque sentimos la urgencia de anunciarle la persona de Jesucristo y su Reino, que son para nosotros el mayor tesoro que tenemos.5 Reiteramos la llamada a proyectar este amor social en los deberes cívicos hacia las instituciones y organismos de gobierno, así como en el compromiso de impregnar de espíritu cristiano toda acción con proyección social. Igualmente, en continuidad con nuestros predecesores, reconocemos la personalidad y los rasgos nacionales propios de Cataluña, en el sentido genuino de la expresión, y defendemos el derecho a reivindicar y promover todo lo que esto comporta, según la doctrina social de la Iglesia.6
Juan Pablo II, hablando en 1988 en el Parlamento europeo en Estrasburgo sobre la Unión Europea, que se preparaba para una mayor integración política de sus estados miembros, afirmaba que «los pueblos europeos unidos no aceptarán la dominación de una nación o de una cultura sobre las demás, sino que sostendrán el derecho igual para todos de enriquecer a los demás con su diversidad».7 En el contexto europeo y mundial actual, el pueblo catalán quiere y puede ofrecer su contribución desde su especificidad, arraigado en su historia, su cultura y su lengua milenarias.
[5] Los derechos propios de Cataluña, así como de todos los pueblos de la tierra, están fundamentados primariamente en su propia identidad como pueblo. La Iglesia, en Cataluña y en todas partes, movida por su amor a la persona humana y a su dignidad, considera que «existe una soberanía fundamental de la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación. Se trata de la soberanía por la que el hombre es, al mismo tiempo, soberano supremo»8, y por eso no quiere que «esta soberanía fundamental se convierta en presa de intereses políticos o económicos».9
Hoy se han manifestado nuevos retos y aspiraciones, que afectan a la forma política concreta en la que el pueblo de Cataluña debe articularse y cómo se quiere relacionar con los demás pueblos hermanos de España en el contexto europeo actual. Como pastores de la Iglesia, no nos corresponde a nosotros optar por una determinada propuesta a estos nuevos retos, pero defendemos la legitimidad moral de todas las opciones políticas que se basen en el respeto de la dignidad inalienable de las personas y de los pueblos y que busquen con paciencia la paz y la justicia. Y animamos el camino del diálogo y el entendimiento entre todas las partes interesadas para conseguir soluciones justas y estables, que fomenten la solidaridad, exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana.10 El futuro de la sociedad catalana está íntimamente vinculado a su capacidad para integrar la diversidad que la configura. Un proceso que habrá que tejer con la participación de todos, teniendo en cuenta los derechos y los deberes que se derivan de la dignidad personal, y que ha de permanecer abierto a los valores trascendentes, a aquel plus del alma que ennoblece y fundamenta la acción política y social al servicio del hombre y de todo el hombre.