Al servicio de nuestro pueblo

3. El testimonio de Antoni Gaudí y la Sagrada Familia

 

 

[8] La reciente visita del Santo Padre a Barcelona con la dedicación de la basílica de la Sagrada Familia, nos ha permitido redescubrir un gran testimonio contemporáneo de la fecundidad de las raíces cristianas en nuestra sociedad catalana.
Antoni Gaudí i Cornet (1852-1926) fue, al mismo tiempo, un artista genial y un cristiano ejemplar. Vivió su profesión de artista como una misión encomendada por Dios. Igual que el siervo fiel de la parábola del Evangelio, supo hacer que rindieran los muchos talentos que había recibido.14 Mientras construía sus edificios para Dios y para los hombres, él mismo se iba construyendo plenamente como hombre. Tal y como ha explicado Benedicto XVI, «Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia. Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal y como nos es narrada en la Biblia y actualizada en la Liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana en el templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo puso los retablos fuera, para situar ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente en la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta Dios, iluminada y santificada por Cristo».15 Así, nos enseña el Papa, Gaudí superó «la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a la vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza».16
Tal como sucede en la Escritura vista con ojos de fe, también en la basílica de la Sagrada Familia, la centralidad es para Jesucristo, el Verbo hecho carne, Dios hecho hombre, que es «el camino, la verdad y la vida».17 Recorriendo los textos bíblicos, las fachadas del Nacimiento, de la Pasión y -cuando esté terminada- de la Gloria, ponen a la vista de todo el mundo la vida de nuestro Redentor. En la primera, muestra la entrada de Dios en nuestra historia: el Hijo unigénito de Dios se hace hombre en las entrañas virginales de María. Es una explosión exuberante de la creación, que estalla de gozo por la venida de Cristo. Después, este Jesús que nace en Gozo morirá en la Pasión por nosotros (segunda fachada) y resucitará, liberándonos del poder del Mal y abriéndonos las puertas de la Gloria, que quedará representada en la fachada principal. El interior, grandioso y fascinante, está todo él inspirado en el libro del Apocalipsis, el último de los libros de la Biblia, y está concebido como la ciudad santa, la nueva Jerusalén, «que bajaba del cielo, viniendo de Dios, y rodeada de su gloria».18
[9] Estamos profundamente agradecidos al papa Benedicto XVI que, explicando la simbología de la obra maestra de Gaudí, nos haya recordado de nuevo la centralidad de Jesucristo en la vida de la Iglesia y del mundo: «El Señor Jesús es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad. En Él tenemos la Palabra y la presencia de Dios, y de Él recibe la Iglesia su vida, su doctrina y su misión. La Iglesia no tiene consistencia por ella misma, está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia, Él es la roca sobre la que se fundamenta nuestra fe.»19
Profesamos firmemente que «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos»20, y al mismo tiempo nos damos cuenta de que, como Iglesia de Jesucristo llamada a ser con Él «luz del mundo»21, hemos de encontrar nuevos caminos y lenguajes para anunciarlo de forma comprensible y atrayente al mundo de hoy. En esta apasionante tarea, el ejemplo y la obra de Gaudí nos animan y nos estimulan; y sabemos que es el mismo Cristo quien nos guía en esta búsqueda, ya que Él ha prometido estar con nosotros «día tras día hasta el fin del mundo».22