Al servicio de nuestro pueblo

4. La fe cristiana y algunos retos actuales

 

[10] Creemos y deseamos que la fe cristiana pueda continuar siendo para Cataluña una verdadera fuente de vida, pero somos conscientes de que, si queremos que la fe cristiana fecunde con un nuevo vigor la sociedad catalana en el contexto cultural y socioeconómico actual, necesitamos reflexionar a la luz del Evangelio sobre algunos grandes temas que la condicionan y configuran en estos inicios del siglo XXI.

a. Consolidación de la democracia participativa

 

Durante estos últimos decenios, observamos que la democracia representativa y las instituciones de nuestro país se han consolidado. Valoramos muy positivamente este período de paz y de entendimiento social que ha permitido grandes progresos en el orden social, económico y cultural.
Sin embargo, nos preocupan dos factores. Por un lado, observamos una cierta fatiga y desencanto, tanto hacia el estamento político y los gobernantes, como en relación a las instituciones. Este desánimo conduce, a menudo, a la indiferencia respecto a la cosa pública, a la no-participación y a la dejadez. Por otro, detectamos un grave olvido y una desvinculación de los fundamentos éticos que hacen posible una democracia viva y estable.
Este olvido se manifiesta ocasionalmente, con motivo del descubrimiento de casos de corrupción o en los profundos análisis de la propia crisis económica. Pero también es efectivo de una manera sutil e invisible cuando se legisla y se gobierna sólo con criterios positivistas y pragmáticos.
Entendemos que una sociedad arraigada en la fe cristiana debe beber constantemente de la fuente inagotable de los principios éticos y de sus fundamentos. De aquí vendrá la revalorización de la democracia, del sistema legal, de las instituciones y de la tarea política. Hoy, un verdadero desafío para la democracia lo constituyen los principios éticos que han de regular las leyes y las decisiones. En este sentido, la fe cristiana puede ofrecer elementos para purificar la razón, que siempre ha de promover la dignidad de la persona humana.23

 

b. Por una laicidad positiva

 

[11] En los últimos decenios, el proceso de secularización de muchas sociedades en Europa se ha afirmado, y Cataluña, en continuidad con el resto del continente, no ha quedado al margen de este proceso. También en nuestra tierra, el encaje de la Iglesia y de la fe cristiana en la sociedad y en la cultura contemporáneas es una cuestión abierta y debatida sobre la que las posiciones a veces, desafortunadamente, todavía se polarizan demasiado. Según nuestro talante catalán más genuino, conciliador y dialogante, invitamos a todo el mundo a superar definitivamente actitudes beligerantes y a promover una sana laicidad que, dejando muy clara la distinción entre la esfera política y la esfera religiosa, reconozca suficientemente la libertad religiosa y la función positiva de la religión y de las instituciones religiosas en la vida pública.
Somos muy conscientes de que la secularidad y la laicidad positiva, en el sentido como es afirmada por la Iglesia, ha pasado a la cultura democrática de Occidente gracias precisamente a la herencia cristiana, que bebe de la fe en Dios creador y acoge las palabras del propio Jesucristo: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.»24 Esta laicidad positiva y abierta comporta: la independencia mutua del poder político y de la Iglesia, el reconocimiento del hecho religioso como humanizador y como motor de progreso, la valoración de la tradición cultural que le es propia y la aceptación del relieve público de la fe, tanto en relación a su manifestación exterior (liturgia, evangelización), como en lo que se refiere a su proyección ética en la configuración de la sociedad. En cualquier caso, una sana laicidad exigirá al menos el reconocimiento del derecho de ciudadanía a los cristianos como tales, considerados tanto individualmente como en grupo, con los derechos y los deberes que se reconocen a todos los ciudadanos.
Tal y como afirmó Benedicto XVI en París ante las máximas autoridades del Estado francés hace dos años, «es fundamental, por un lado, insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar la libertad religiosa de los ciudadanos así como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por otro, adquirir una conciencia más clara de las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar, junto con otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad».25

 

c. La diversidad de valores, de estilos de vida y de creencias

 

[12] Como se indicaba en Raíces cristianas de Cataluña, nuestra sociedad es plural, también desde el punto de vista religioso. Durante este cuarto de siglo, la pluralidad entre nosotros ha crecido significativamente. Fruto de las libertades conquistadas, se expresan maneras de vivir y de creer muy diferentes, y la llegada de numerosos inmigrantes procedentes de otras áreas culturales ha hecho de Cataluña una sociedad multicultural y plurirreligiosa. En conjunto, es un signo de la vitalidad del pueblo catalán y de la vida interior que hay en él. Pero esta constatación nos exige un doble compromiso. Por un lado, el deber de evitar el relativismo y el sincretismo mediante un correcto ejercicio de discernimiento; por otro, superar la tentación de confrontación, mediante la colaboración y el diálogo franco y abierto. Ambos compromisos son deberes cristianos y cívicos, que contribuyen a construir una sociedad desarrollada y en paz, que incluye, como dice Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate, su dimensión espiritual.26
Nos estimula a un diálogo fecundo con la sociedad catalana contemporánea la iniciativa cultural que propone el propio Santo Padre Benedicto XVI con lo que ha llamado el atrio de los gentiles: «Creo que la Iglesia tendría que abrir también hoy una especie de atrio de los gentiles donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia. Al diálogo con las religiones hay que añadir hoy sobre todo el diálogo con aquellos para quien la religión es algo extraño, para quien Dios es desconocido y que, a pesar de ello, no querrían estar simplemente sin Dios, sino acercarse al menos como Desconocido.»27
Probablemente, los desafíos que nos presenta una cultura que se quiere construir sin Dios son hoy el reto cultural más importante que tendremos que afrontar en el futuro inmediato, y ya nos referimos a ello en nuestro anterior documento Creer en el Evangelio y anunciarlo con nuevo ardor.28

 

d. El fenómeno poliédrico de la globalización

 

[13] También Cataluña se ha visto afectada por la extensión y la profundización del fenómeno de la globalización. Tal como explica Benedicto XVI en su encíclica poco antes citada, éste es un fenómeno ambivalente y complejo del que se puede hacer un uso constructivo y liberador para el ser humano y los pueblos o bien un uso negativo.29
En efecto, la globalización de las comunicaciones y de la cultura no siempre va acompañada de una globalización de los derechos elementales de la persona, del reconocimiento de su dignidad. Por otro lado, pensando sobre todo en nuestro pueblo, al mismo tiempo que la globalización da la posibilidad de acceder a la red mundial desde lo que cada uno es, también constituye un peligro de disolución de la propia identidad en categorías y estilos uniformadores y despersonalizadores, impuestos por una cultura dominante transversal que no conoce fronteras.
El mensaje del Evangelio es un mensaje con vocación universal y la Iglesia, por su catolicidad intrínseca, aspira a esta universalidad y a irradiar el tesoro que hay en su interior a todos los pueblos de la tierra, respetando y valorando la singularidad de todas las culturas. La catolicidad de la Iglesia se caracteriza, precisamente, por vivir la universalidad sin anular las identidades particulares.

 

e. Los flujos migratorios

 

[14] Cataluña ha integrado desde los años sesenta a una cantidad considerable de personas inmigradas procedentes de otros territorios de España. Raíces cristianas de Cataluña se hacía eco de ello, considerando este fenómeno beneficioso para todos.
Hoy Cataluña debe afrontar un nuevo reto, más exigente en un cierto sentido. Es el flujo migratorio de personas procedentes de países extracomunitarios, que introducen entre nosotros categorías culturales y costumbres muy diferentes a las nuestras. Esto ocasiona un cierto distanciamiento y una marginación social, a menudo agravada por la situación de precariedad y pobreza, provocada por la crisis económica. Hay que tener en cuenta lo que Benedicto XVI afirma sobre esto, que «ningún país por él mismo puede ser capaz de afrontar los problemas migratorios actuales. Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que comportan los flujos migratorios. Como se sabe, es un fenómeno complejo de gestionar; no obstante, está comprobado que los trabajadores extranjeros, a pesar de las dificultades inherentes a su integración, contribuyen de manera significativa con su trabajo al desarrollo económico del país que les acoge, así como a su país de origen a través de los envíos de dinero. Obviamente, estos trabajadores no pueden ser considerados una mercancía o una mera fuerza laboral. Por tanto, no deben ser tratados como cualquier otro factor de producción. Cualquier emigrante es una persona humana que, como tal, tiene derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación».30
La Iglesia, animada por la tradición moral hacia los forasteros -heredada del Antiguo Testamento que manda no oprimir al inmigrante31 y sellada con el Nuevo Testamento, que revela que Jesús también fue emigrante y que se identifica con el forastero que es acogido-32, invita al amor generoso hacia el inmigrante, y lo practica a través de todos sus organismos de servicio social y caritativo.
El objetivo ha de ser doble. Hay que hacer un esfuerzo para garantizar los derechos de los recién llegados, a fin de que sean tratados siempre con la dignidad que corresponde a toda persona humana, especialmente si sufren formas de vulnerabilidad social y económica. Y al mismo tiempo también hay que ayudarles a integrarse en nuestra cultura y en nuestra sociedad, sin que pierdan sus peculiaridades propias y legítimas. Esto resultará más urgente, tratándose de derechos y deberes regulados por la ley. Y de esta integración saldrá también una renovación de nuestras comunidades cristianas, ya que muchos son católicos, pero también una renovada sociedad catalana, como la larga tradición de nuestra cultura manifiesta ampliamente con las aportaciones de las diferentes emigraciones, realizándose así un noble intercambio de dones recíprocos. Sobre todo en referencia al derecho a emigrar y a la acogida de los emigrantes, teniendo presente el bien común universal, que comprende toda la familia de los pueblos, hay que superar todo egoísmo nacionalista33 por parte de los pueblos que acogen y, al mismo tiempo, «los inmigrantes tienen el deber de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y su identidad nacional».34

 

f. La crisis económica tan grave que sufrimos

 

[15] La grave crisis económica que atraviesa el mundo y golpea a personas y poblaciones ha puesto más de manifiesto la precariedad de nuestra sociedad globalizada, que parece escapar al control de los estados y de otras instituciones internacionales. Las medidas para paliarla que se están tomando y que pueden terminar afectando sobre todo a los más débiles y necesitados, reclaman que sea ejemplar la lucha contra el fraude, el freno al enriquecimiento fácil e injusto, y que se promueva la creación de nuevos puestos de trabajo y que la solidaridad siga aumentando.
No podemos dejar de decir que éstos son momentos de reflexión y de análisis de cómo estamos construyendo nuestra sociedad, no sólo los gobernantes, sino todos los ciudadanos; y no podemos rehuir esta responsabilidad. Precisamente, el papa Benedicto XVI con su encíclica Caritas in veritate proporciona un valiente análisis de cuáles son las raíces de nuestras verdaderas carencias y cuáles han de ser, por tanto, las vías para un auténtico desarrollo integral de las personas. Si el trasfondo de la crisis económica es una crisis moral profunda, necesitaremos profundizar -también en nuestra tierra-, por encima de las necesarias soluciones técnicas, la gran «vocación» a la que está llamado el hombre, todo hombre y mujer, que es la vocación a la felicidad bienaventurada, a la vida en el Espíritu, hecha de caridad divina y de solidaridad humana.35
[16] Contando con la ayuda de Dios, podemos creer en la capacidad de reacción y regeneración de nuestra sociedad catalana para afrontar la crisis. Será desde una vida «virtuosa» y, en especial, con la austeridad, la justicia y la solidaridad, como encontraremos caminos de salida y de esperanza para los más afectados por la crisis económica, con una redistribución más justa de la riqueza y un ejercicio de «las virtudes humanas que haga sentir la belleza y la atracción de las buenas disposiciones para el bien»36, así como promoviendo actividades económicas verdaderamente productivas y respetuosas con la dignidad de la persona, que hagan realidad que la persona humana sea el centro de toda la economía. El esfuerzo de concebir y realizar proyectos economicosociales capaces de favorecer una sociedad más justa y un mundo más humano representa un duro reto, pero también un deber estimulante, para todos los agentes económicos y para los que cultivan las ciencias económicas.37
Es necesario que valoremos y agradezcamos todo lo que se está haciendo desde las comunidades parroquiales y las instituciones solidarias, especialmente desde Cáritas y otras instituciones de ayuda, con tantos voluntarios movilizados y tantas personas, que están poniendo los recursos pastorales y de asistencia que la Iglesia tiene a su alcance, al servicio de los afectados por esta crisis. Y pedimos que se mantenga y crezca este trabajo caritativo, con nuevas iniciativas que promuevan la solidaridad y la justicia, y al mismo tiempo se incentiven las actividades empresariales responsables para mantener y ampliar los puestos de trabajo. Todos hemos de continuar en el camino del servicio y la entrega generosa hacia los que más lo necesitan.
Es el momento, también, de mirar adelante y de trabajar más esforzadamente pensando en las generaciones futuras. Los obispos hacemos un llamamiento a todos los agentes sociales -autoridades, empresarios, dirigentes, trabajadores- a no decaer en el esfuerzo, a pesar de la dureza de las circunstancias, y a trabajar con esperanza, haciéndolo según los grandes valores humanos y cristianos. En este punto, constatamos más que nunca la vigencia y actualidad plenas de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, de los que es hora de hacer un nuevo descubrimiento y una nueva difusión.38

 

g. La familia y la educación

 

[17] Uno de los ámbitos más sensibles de la profunda crisis social que sufrimos, es el de la familia y de la educación. Mirándolo desde el punto de vista de las raíces cristianas, debemos decir que, si las nuevas generaciones no viven lo suficientemente bien los valores que hasta ahora han configurado nuestra cultura, es precisamente porque no se ha producido correctamente la transmisión de estos valores en los dos ámbitos primarios de socialización, que son la familia y la escuela.
Los avances sociales son, en este terreno evidentes, sobre todo en relación a la asimilación de un trato más personalista en la familia y en el acceso a la educación de todo el mundo, así como al aumento considerable de medios pedagógicos. Sin embargo, tanto la familia como la escuela, como instituciones socializantes y educadoras de la persona en su integridad, sufren una profunda crisis. Ambas tienen en común la misión de educar, pero parece que su labor educativa global haya quedado desdibujada y haya perdido su sentido profundo, su fundamento, su contenido y su finalidad.
La visión cristiana reconoce a la familia como el núcleo primario y fundamental de la sociedad: una comunidad de vida y de amor, que está al servicio de la vida humana. La familia es el ámbito en el que la vida es recibida como don de Dios y fruto del amor de los esposos. Por eso damos gracias a Dios por los esposos que con generosidad viven la «paternidad responsable» y hacemos un llamamiento a los esposos cristianos a una fecundidad generosa mayor, ya que el futuro de un pueblo son sus hijos. Como nos ha recordado Benedicto XVI, durante su estancia entre nosotros, «el amor generoso e indisoluble de un hombre y de una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su infancia, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde hay amor y fidelidad nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por medidas económicas y sociales adecuadas para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo la plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia estén decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya todo lo que promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar».39
A la familia pertenecen originariamente la misión, el derecho y el deber de la educación. La sociedad en general y la escuela en particular también educan, pero a manera de prolongación de aquel derecho originario e inalienable de los propios padres. Los problemas aparecen cuando la familia sólo está al servicio de los intereses individuales y la sociedad al servicio de una determinada ideología. Sobre todo, cuando la propia educación no recupera su objetivo último y no lo clarifica. En efecto, superando la mera instrucción, la educación tiene por finalidad ayudar a conformar un sujeto humano con las cualidades morales y espirituales que tendrían que caracterizar a una persona plenamente madura.40 De hecho, no existe ninguna pedagogía o sistema educativo que no contribuya a crear un modelo de ser humano determinado. En el caso de la educación cristiana, el modelo es Jesús mismo, con todas sus dimensiones plenamente humanas. La Iglesia, al proponer el modelo humano de Jesucristo, lo hace desde el convencimiento de que está ofreciendo un servicio decisivo a la humanización de la sociedad.
[18] En esta hora también es necesario afirmar el valor fundamental de la escuela como institución al servicio de la transmisión de la cultura y de la educación en la libertad. Dentro de su propuesta, la enseñanza de la religión se presenta como un elemento fundamental para promover el conocimiento y la libertad de los alumnos ante las grandes preguntas que siempre están presentes en su vida. La clase de religión transmite el patrimonio cultural, nuestras raíces cristianas y, al mismo tiempo, ayuda a afrontar las grandes preguntas sobre el sentido de la vida y los grandes valores que la orientan. La institución escolar es un elemento decisivo para promover la participación en la construcción de la sociedad: «Con razón podemos pensar que el destino de la humanidad futura se encuentra en manos de aquellos que sabrán dar, a las nuevas generaciones que tienen que llegar, razones para vivir y razones para esperar.»41

 

h. Equilibrio ecológico amenazado

 

[19] La constatación que ya hacía Raíces cristianas de Cataluña de que el crecimiento de medios y el enturbiamiento de las conciencias hacia la protección de la naturaleza nos pone en peligro de autodestrucción, hoy todavía se pone más de manifiesto, a pesar de haber aumentado la intensidad y el número de voces que llaman a una sensibilidad ecológica más clara.
Ya el Santo Padre Juan Pablo II advertía que «los graves problemas ecológicos reclaman un cambio efectivo de mentalidad que lleve a adoptar nuevos estilos de vida».42 Las decisiones sobre las relaciones con nuestro medio ambiente -consumo, ahorro e inversiones-, han de responder a la búsqueda de la verdad, la belleza, la bondad y la comunión con los demás hombres, y siempre han de referirse a estilos de vida inspirados en la sobriedad, la templanza, la autodisciplina, tanto en el ámbito personal como en el social. Es necesario escapar de la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos, basándose en una conciencia renovada por la interdependencia que vincula entre ellos a todos los habitantes del planeta. «La cuestión ecológica no debe afrontarse sólo por las terribles perspectivas que la degradación ambiental perfila: debe traducirse, sobre todo, en una fuerte motivación para una solidaridad auténtica a escala mundial.»43
Celebramos este cuidado y atención hacia lo natural, y creemos, como dice el papa Benedicto XVI, 44 que la fe en un Dios creador nos permite asumir el deber de respetar la naturaleza y sus leyes, como verdadero don suyo, y al mismo tiempo hacer un uso responsable creando cultura al servicio de todos, en solidaridad también con las futuras generaciones. Con todo, igualmente queremos subrayar que este amor a la naturaleza debe comenzar, especialmente, por el amor y el cuidado de toda forma de vida, de manera particular por la persona humana -hecha a imagen y semejanza de Dios, como enseña el libro del Génesis-45, y que es portadora de un destino eterno y esto desde su mismo inicio hasta su fin natural.