Al servicio de nuestro pueblo

[1] La conmemoración de los veinticinco años del documento del episcopado catalán Raíces cristianas de Cataluña es una ocasión especialmente idónea para reafirmar la validez y la actualidad de su mensaje, y al mismo tiempo renovar nuestro compromiso y el de toda la Iglesia católica en Cataluña y hacia nuestro pueblo.
Fue una propuesta valiente y oportuna, con unas reflexiones ofrecidas «a los cristianos de nuestras diócesis en primer lugar, como puntos de orientación, y a todo nuestro pueblo como contribución, desde nuestro ministerio episcopal, al bien común del país». También hoy, como entonces, debemos «revisar si somos lo suficientemente generosos y creativos para alcanzar una presencia activa y comunicativa de nuestra fe, en todo el tejido social, cultural e institucional de la sociedad catalana».
Por medio de aquel documento, los obispos quisieron transmitir esencialmente un triple anuncio. En primer lugar, la afirmación y el reconocimiento de los elementos que identifican a Cataluña; en segundo lugar, la constatación de la fecunda presencia de la fe cristiana y de la Iglesia a lo largo de toda la historia catalana, contribuyendo decisivamente a la configuración de su realidad; en tercer lugar, la formulación del compromiso de la Iglesia a seguir sirviendo a la sociedad catalana, reconociendo los cambios profundos, sociales y culturales, que se habían producido en los últimos años. Es sobre todo este último mensaje lo que hoy adquiere nueva actualidad ya que comprobamos cómo aquellas transformaciones se han ido profundizando y también, han aparecido factores nuevos que hay que tener en cuenta, especialmente un nuevo clima cultural en el que Dios desaparece del horizonte del hombre, que así intenta ser el centro de todo.
[2] No nos proponemos, ni mucho menos, examinar exhaustivamente las luces y las sombras que han planeado sobre nuestro país durante este último cuarto de siglo, pero sí identificar aquellos cambios sustanciales que configuran una situación nueva y que exigen, también nuevas formas de evangelización y de crecimiento de la presencia y la acción pastoral de la Iglesia en nuestras tierras. En este sentido, valorando la herencia cristiana que nos ha configurado, será necesario abrirse de nuevo al encuentro de la persona y el mensaje de Jesucristo.
La Providencia ha querido que este señalado aniversario coincidiera pocas semanas después con la estancia entre nosotros del sucesor del apóstol Pedro, el papa Benedicto XVI, los días 6 y 7 de noviembre de 2010, cuando ha venido a Barcelona para dedicar la basílica de la Sagrada Familia y visitar la Obra Benèfico Social del Nen Déu.
Nuestros corazones tienen muy presente todavía, con agradecimiento, aquella jornada memorable que, en palabras del propio estimado visitante, representaba «la cumbre y la desembocadura de una historia de esta tierra catalana que, sobre todo desde finales del siglo XIX, dio una pléyade de santos y de fundadores, de mártires y de poetas cristianos».2 Hacía referencia, así, a aquellas raíces cristianas que habían ocupado la atención de los obispos hace 25 años. La basílica de la Sagrada Familia y la Obra del Nen Déu son, en efecto, frutos de personas que quisieron arraigarse en la fe cristiana para orientar sus vidas al servicio de Dios y del prójimo. ¡Damos muchas gracias a Dios por ello!
[3] Esta feliz coincidencia -y el rico magisterio que Benedicto XVI pronunció entre nosotros, utilizando con normalidad nuestra lengua- nos conduce hacia la mejor manera de conmemorar las bodas de plata del documento Raíces cristianas de Cataluña. Habiendo sido confirmados en la fe por el Santo Padre, nos proponemos y queremos proponer a todo el pueblo cristiano que peregrina en Cataluña servir a nuestra sociedad, guiados por la luz del Evangelio, con un nuevo impulso y ánimo, multiplicando «los gestos concretos de solidaridad efectiva y constante, manifestando así que la caridad es el distintivo de nuestra condición cristiana».3 Una realidad que es una oportunidad para una nueva propuesta de la fe cristiana que, desde la libertad y la proximidad a todas las personas, proclama: «Dios te ama. Cristo ha venido por ti. Sí, la Iglesia predica a este Dios, no habla de un Dios desconocido sino del Dios que nos ha amado hasta tal punto, que su Hijo se ha hecho hombre por nosotros.»4 Un hecho que, al mismo tiempo que nos abre a una esperanza que supera todas nuestras expectativas, nos impulsa a trabajar por un mundo más justo y fraterno.

 


1. Valoración de nuestra identidad colectiva

 

 

[4] Habiendo transcurrido veinticinco años del documento Raíces cristianas de Cataluña, los obispos hoy ratificamos y continuamos lo que entonces nuestros hermanos en el ministerio ofrecían a la comunidad católica y a toda la sociedad catalana. Como pastores de la Iglesia, manifestamos nuestro profundo amor por el país y nos ponemos a su servicio porque sentimos la urgencia de anunciarle la persona de Jesucristo y su Reino, que son para nosotros el mayor tesoro que tenemos.5 Reiteramos la llamada a proyectar este amor social en los deberes cívicos hacia las instituciones y organismos de gobierno, así como en el compromiso de impregnar de espíritu cristiano toda acción con proyección social. Igualmente, en continuidad con nuestros predecesores, reconocemos la personalidad y los rasgos nacionales propios de Cataluña, en el sentido genuino de la expresión, y defendemos el derecho a reivindicar y promover todo lo que esto comporta, según la doctrina social de la Iglesia.6
Juan Pablo II, hablando en 1988 en el Parlamento europeo en Estrasburgo sobre la Unión Europea, que se preparaba para una mayor integración política de sus estados miembros, afirmaba que «los pueblos europeos unidos no aceptarán la dominación de una nación o de una cultura sobre las demás, sino que sostendrán el derecho igual para todos de enriquecer a los demás con su diversidad».7 En el contexto europeo y mundial actual, el pueblo catalán quiere y puede ofrecer su contribución desde su especificidad, arraigado en su historia, su cultura y su lengua milenarias.
[5] Los derechos propios de Cataluña, así como de todos los pueblos de la tierra, están fundamentados primariamente en su propia identidad como pueblo. La Iglesia, en Cataluña y en todas partes, movida por su amor a la persona humana y a su dignidad, considera que «existe una soberanía fundamental de la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación. Se trata de la soberanía por la que el hombre es, al mismo tiempo, soberano supremo»8, y por eso no quiere que «esta soberanía fundamental se convierta en presa de intereses políticos o económicos».9
Hoy se han manifestado nuevos retos y aspiraciones, que afectan a la forma política concreta en la que el pueblo de Cataluña debe articularse y cómo se quiere relacionar con los demás pueblos hermanos de España en el contexto europeo actual. Como pastores de la Iglesia, no nos corresponde a nosotros optar por una determinada propuesta a estos nuevos retos, pero defendemos la legitimidad moral de todas las opciones políticas que se basen en el respeto de la dignidad inalienable de las personas y de los pueblos y que busquen con paciencia la paz y la justicia. Y animamos el camino del diálogo y el entendimiento entre todas las partes interesadas para conseguir soluciones justas y estables, que fomenten la solidaridad, exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana.10 El futuro de la sociedad catalana está íntimamente vinculado a su capacidad para integrar la diversidad que la configura. Un proceso que habrá que tejer con la participación de todos, teniendo en cuenta los derechos y los deberes que se derivan de la dignidad personal, y que ha de permanecer abierto a los valores trascendentes, a aquel plus del alma que ennoblece y fundamenta la acción política y social al servicio del hombre y de todo el hombre.

 

 


2. La contribución del cristianismo y de la Iglesia

 

 

[6] Como hicieron los obispos de Cataluña en el citado documento, volvemos a pensar en nuestra Iglesia, insertada en la historia y en el presente del pueblo catalán. Nos estimula el papa Benedicto XVI cuando nos convoca a una «nueva evangelización»: «Existen regiones del mundo que todavía esperan una primera evangelización, otras que la han recibido, pero que necesitan un trabajo más profundo, otras finalmente, en las que el Evangelio ha arraigado desde hace mucho tiempo, dando lugar a una verdadera tradición cristiana, pero donde en los últimos siglos -por dinámicas complejas- el proceso de secularización ha producido una grave crisis del sentido de la fe cristiana y de la pertenencia a la Iglesia (...) (Será necesario) promover una renovada evangelización en los países donde ya ha resonado el primer anuncio de la fe y donde están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y una especie de eclipse del sentido de Dios que constituye un desafío de cara a encontrar medios adecuados para volver a proponer la verdad perenne del Evangelio de Cristo.»11
Los estudios históricos y sociológicos nos confirman que Cataluña, su cultura y su identidad, no se pueden entender sin la presencia de la fe cristiana, que ha sido verdaderamente fecunda y positiva, hasta el punto de haber contribuido decisivamente a la configuración de la identidad catalana. Esta contribución consiste, en primer lugar, en la cantidad considerable de personalidades y de obras sociales, culturales, asistenciales o educativas, nacidas de la fe cristiana o iluminadas por ella. Pero también nos referimos al ámbito más profundo del sentido de la vida, de la concepción de la persona humana y de la sociedad, de los derechos humanos, de la idea de trabajo, de progreso, de libertad, de compromiso, de economía, de creación artística, entre otros. La fe cristiana ha aportado en esta dimensión esencial para toda persona lo que cree que es la verdad sobre el ser humano, manifestada plenamente en la persona de Jesucristo. Por tanto, la fe cristiana no ha sido para nuestra historia, ni nunca podrá serlo, un puro sentimiento, ni tampoco una ideología o un mito, sino una verdadera fuerza transformadora de la persona humana, de la cultura y de la sociedad.
[7] En efecto, cabe decir que la configuración de Cataluña en el ámbito de las tradiciones, de las costumbres y de las leyes, también es heredera de aquellos principios objetivos que fundamentan la ética y el derecho, más allá de todo pragmatismo político y de todo positivismo jurídico: la afirmación de la dignidad inviolable de la persona y la vida humana con su destino trascendente, la responsabilidad personal, el bien común, el destino social de todos los bienes, el principio de subsidiariedad, etc. Dejando muy claro que la Iglesia no se predica a ella misma ni busca privilegios, ella ha transmitido estos principios por medio de un «humanismo», fruto de una síntesis fecunda entre fe y cultura, que con el tiempo ha impregnado más y más nuestra sociedad. Como dice Benedicto XVI, «el mundo de la razón y el mundo de la fe -el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas- necesitan el uno del otro y no deberían tener miedo a mantener un diálogo profundo y continuado, por el bien de nuestra civilización».12
Actualmente hay quien sostiene que se pueden defender y vivir los valores heredados sin hacer ninguna referencia a la fe cristiana. Creemos que esto, a pesar de ser posible en un primer momento como por fuerza de inercia, difícilmente se podrá mantener en el tiempo si se excluye explícitamente de la sociedad el espíritu humanizador del Evangelio de Jesucristo, que la Iglesia anuncia. Poco a poco se desvanecería el vigor, como un árbol que se sostiene sólo por un tiempo breve cuando tiene las raíces secas, o como un lago que, a pesar de estar todavía lleno, ha perdido la fuente o el río que le renueva el agua. Al contrario, la recuperación vital de las raíces cristianas supondrá sin duda reavivar verdaderamente el humanismo en todas sus dimensiones, ya que la religión «nunca es un problema que los legisladores tengan que solucionar, sino una contribución vital al debate nacional».13

 

 


3. El testimonio de Antoni Gaudí y la Sagrada Familia

 

 

[8] La reciente visita del Santo Padre a Barcelona con la dedicación de la basílica de la Sagrada Familia, nos ha permitido redescubrir un gran testimonio contemporáneo de la fecundidad de las raíces cristianas en nuestra sociedad catalana.
Antoni Gaudí i Cornet (1852-1926) fue, al mismo tiempo, un artista genial y un cristiano ejemplar. Vivió su profesión de artista como una misión encomendada por Dios. Igual que el siervo fiel de la parábola del Evangelio, supo hacer que rindieran los muchos talentos que había recibido.14 Mientras construía sus edificios para Dios y para los hombres, él mismo se iba construyendo plenamente como hombre. Tal y como ha explicado Benedicto XVI, «Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia. Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal y como nos es narrada en la Biblia y actualizada en la Liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana en el templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo puso los retablos fuera, para situar ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente en la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta Dios, iluminada y santificada por Cristo».15 Así, nos enseña el Papa, Gaudí superó «la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a la vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza».16
Tal como sucede en la Escritura vista con ojos de fe, también en la basílica de la Sagrada Familia, la centralidad es para Jesucristo, el Verbo hecho carne, Dios hecho hombre, que es «el camino, la verdad y la vida».17 Recorriendo los textos bíblicos, las fachadas del Nacimiento, de la Pasión y -cuando esté terminada- de la Gloria, ponen a la vista de todo el mundo la vida de nuestro Redentor. En la primera, muestra la entrada de Dios en nuestra historia: el Hijo unigénito de Dios se hace hombre en las entrañas virginales de María. Es una explosión exuberante de la creación, que estalla de gozo por la venida de Cristo. Después, este Jesús que nace en Gozo morirá en la Pasión por nosotros (segunda fachada) y resucitará, liberándonos del poder del Mal y abriéndonos las puertas de la Gloria, que quedará representada en la fachada principal. El interior, grandioso y fascinante, está todo él inspirado en el libro del Apocalipsis, el último de los libros de la Biblia, y está concebido como la ciudad santa, la nueva Jerusalén, «que bajaba del cielo, viniendo de Dios, y rodeada de su gloria».18
[9] Estamos profundamente agradecidos al papa Benedicto XVI que, explicando la simbología de la obra maestra de Gaudí, nos haya recordado de nuevo la centralidad de Jesucristo en la vida de la Iglesia y del mundo: «El Señor Jesús es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad. En Él tenemos la Palabra y la presencia de Dios, y de Él recibe la Iglesia su vida, su doctrina y su misión. La Iglesia no tiene consistencia por ella misma, está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia, Él es la roca sobre la que se fundamenta nuestra fe.»19
Profesamos firmemente que «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos»20, y al mismo tiempo nos damos cuenta de que, como Iglesia de Jesucristo llamada a ser con Él «luz del mundo»21, hemos de encontrar nuevos caminos y lenguajes para anunciarlo de forma comprensible y atrayente al mundo de hoy. En esta apasionante tarea, el ejemplo y la obra de Gaudí nos animan y nos estimulan; y sabemos que es el mismo Cristo quien nos guía en esta búsqueda, ya que Él ha prometido estar con nosotros «día tras día hasta el fin del mundo».22

 

 


4. La fe cristiana y algunos retos actuales

 

[10] Creemos y deseamos que la fe cristiana pueda continuar siendo para Cataluña una verdadera fuente de vida, pero somos conscientes de que, si queremos que la fe cristiana fecunde con un nuevo vigor la sociedad catalana en el contexto cultural y socioeconómico actual, necesitamos reflexionar a la luz del Evangelio sobre algunos grandes temas que la condicionan y configuran en estos inicios del siglo XXI.

a. Consolidación de la democracia participativa

 

Durante estos últimos decenios, observamos que la democracia representativa y las instituciones de nuestro país se han consolidado. Valoramos muy positivamente este período de paz y de entendimiento social que ha permitido grandes progresos en el orden social, económico y cultural.
Sin embargo, nos preocupan dos factores. Por un lado, observamos una cierta fatiga y desencanto, tanto hacia el estamento político y los gobernantes, como en relación a las instituciones. Este desánimo conduce, a menudo, a la indiferencia respecto a la cosa pública, a la no-participación y a la dejadez. Por otro, detectamos un grave olvido y una desvinculación de los fundamentos éticos que hacen posible una democracia viva y estable.
Este olvido se manifiesta ocasionalmente, con motivo del descubrimiento de casos de corrupción o en los profundos análisis de la propia crisis económica. Pero también es efectivo de una manera sutil e invisible cuando se legisla y se gobierna sólo con criterios positivistas y pragmáticos.
Entendemos que una sociedad arraigada en la fe cristiana debe beber constantemente de la fuente inagotable de los principios éticos y de sus fundamentos. De aquí vendrá la revalorización de la democracia, del sistema legal, de las instituciones y de la tarea política. Hoy, un verdadero desafío para la democracia lo constituyen los principios éticos que han de regular las leyes y las decisiones. En este sentido, la fe cristiana puede ofrecer elementos para purificar la razón, que siempre ha de promover la dignidad de la persona humana.23

 

b. Por una laicidad positiva

 

[11] En los últimos decenios, el proceso de secularización de muchas sociedades en Europa se ha afirmado, y Cataluña, en continuidad con el resto del continente, no ha quedado al margen de este proceso. También en nuestra tierra, el encaje de la Iglesia y de la fe cristiana en la sociedad y en la cultura contemporáneas es una cuestión abierta y debatida sobre la que las posiciones a veces, desafortunadamente, todavía se polarizan demasiado. Según nuestro talante catalán más genuino, conciliador y dialogante, invitamos a todo el mundo a superar definitivamente actitudes beligerantes y a promover una sana laicidad que, dejando muy clara la distinción entre la esfera política y la esfera religiosa, reconozca suficientemente la libertad religiosa y la función positiva de la religión y de las instituciones religiosas en la vida pública.
Somos muy conscientes de que la secularidad y la laicidad positiva, en el sentido como es afirmada por la Iglesia, ha pasado a la cultura democrática de Occidente gracias precisamente a la herencia cristiana, que bebe de la fe en Dios creador y acoge las palabras del propio Jesucristo: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.»24 Esta laicidad positiva y abierta comporta: la independencia mutua del poder político y de la Iglesia, el reconocimiento del hecho religioso como humanizador y como motor de progreso, la valoración de la tradición cultural que le es propia y la aceptación del relieve público de la fe, tanto en relación a su manifestación exterior (liturgia, evangelización), como en lo que se refiere a su proyección ética en la configuración de la sociedad. En cualquier caso, una sana laicidad exigirá al menos el reconocimiento del derecho de ciudadanía a los cristianos como tales, considerados tanto individualmente como en grupo, con los derechos y los deberes que se reconocen a todos los ciudadanos.
Tal y como afirmó Benedicto XVI en París ante las máximas autoridades del Estado francés hace dos años, «es fundamental, por un lado, insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar la libertad religiosa de los ciudadanos así como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por otro, adquirir una conciencia más clara de las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar, junto con otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad».25

 

c. La diversidad de valores, de estilos de vida y de creencias

 

[12] Como se indicaba en Raíces cristianas de Cataluña, nuestra sociedad es plural, también desde el punto de vista religioso. Durante este cuarto de siglo, la pluralidad entre nosotros ha crecido significativamente. Fruto de las libertades conquistadas, se expresan maneras de vivir y de creer muy diferentes, y la llegada de numerosos inmigrantes procedentes de otras áreas culturales ha hecho de Cataluña una sociedad multicultural y plurirreligiosa. En conjunto, es un signo de la vitalidad del pueblo catalán y de la vida interior que hay en él. Pero esta constatación nos exige un doble compromiso. Por un lado, el deber de evitar el relativismo y el sincretismo mediante un correcto ejercicio de discernimiento; por otro, superar la tentación de confrontación, mediante la colaboración y el diálogo franco y abierto. Ambos compromisos son deberes cristianos y cívicos, que contribuyen a construir una sociedad desarrollada y en paz, que incluye, como dice Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate, su dimensión espiritual.26
Nos estimula a un diálogo fecundo con la sociedad catalana contemporánea la iniciativa cultural que propone el propio Santo Padre Benedicto XVI con lo que ha llamado el atrio de los gentiles: «Creo que la Iglesia tendría que abrir también hoy una especie de atrio de los gentiles donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia. Al diálogo con las religiones hay que añadir hoy sobre todo el diálogo con aquellos para quien la religión es algo extraño, para quien Dios es desconocido y que, a pesar de ello, no querrían estar simplemente sin Dios, sino acercarse al menos como Desconocido.»27
Probablemente, los desafíos que nos presenta una cultura que se quiere construir sin Dios son hoy el reto cultural más importante que tendremos que afrontar en el futuro inmediato, y ya nos referimos a ello en nuestro anterior documento Creer en el Evangelio y anunciarlo con nuevo ardor.28

 

d. El fenómeno poliédrico de la globalización

 

[13] También Cataluña se ha visto afectada por la extensión y la profundización del fenómeno de la globalización. Tal como explica Benedicto XVI en su encíclica poco antes citada, éste es un fenómeno ambivalente y complejo del que se puede hacer un uso constructivo y liberador para el ser humano y los pueblos o bien un uso negativo.29
En efecto, la globalización de las comunicaciones y de la cultura no siempre va acompañada de una globalización de los derechos elementales de la persona, del reconocimiento de su dignidad. Por otro lado, pensando sobre todo en nuestro pueblo, al mismo tiempo que la globalización da la posibilidad de acceder a la red mundial desde lo que cada uno es, también constituye un peligro de disolución de la propia identidad en categorías y estilos uniformadores y despersonalizadores, impuestos por una cultura dominante transversal que no conoce fronteras.
El mensaje del Evangelio es un mensaje con vocación universal y la Iglesia, por su catolicidad intrínseca, aspira a esta universalidad y a irradiar el tesoro que hay en su interior a todos los pueblos de la tierra, respetando y valorando la singularidad de todas las culturas. La catolicidad de la Iglesia se caracteriza, precisamente, por vivir la universalidad sin anular las identidades particulares.

 

e. Los flujos migratorios

 

[14] Cataluña ha integrado desde los años sesenta a una cantidad considerable de personas inmigradas procedentes de otros territorios de España. Raíces cristianas de Cataluña se hacía eco de ello, considerando este fenómeno beneficioso para todos.
Hoy Cataluña debe afrontar un nuevo reto, más exigente en un cierto sentido. Es el flujo migratorio de personas procedentes de países extracomunitarios, que introducen entre nosotros categorías culturales y costumbres muy diferentes a las nuestras. Esto ocasiona un cierto distanciamiento y una marginación social, a menudo agravada por la situación de precariedad y pobreza, provocada por la crisis económica. Hay que tener en cuenta lo que Benedicto XVI afirma sobre esto, que «ningún país por él mismo puede ser capaz de afrontar los problemas migratorios actuales. Todos podemos ver el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que comportan los flujos migratorios. Como se sabe, es un fenómeno complejo de gestionar; no obstante, está comprobado que los trabajadores extranjeros, a pesar de las dificultades inherentes a su integración, contribuyen de manera significativa con su trabajo al desarrollo económico del país que les acoge, así como a su país de origen a través de los envíos de dinero. Obviamente, estos trabajadores no pueden ser considerados una mercancía o una mera fuerza laboral. Por tanto, no deben ser tratados como cualquier otro factor de producción. Cualquier emigrante es una persona humana que, como tal, tiene derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación».30
La Iglesia, animada por la tradición moral hacia los forasteros -heredada del Antiguo Testamento que manda no oprimir al inmigrante31 y sellada con el Nuevo Testamento, que revela que Jesús también fue emigrante y que se identifica con el forastero que es acogido-32, invita al amor generoso hacia el inmigrante, y lo practica a través de todos sus organismos de servicio social y caritativo.
El objetivo ha de ser doble. Hay que hacer un esfuerzo para garantizar los derechos de los recién llegados, a fin de que sean tratados siempre con la dignidad que corresponde a toda persona humana, especialmente si sufren formas de vulnerabilidad social y económica. Y al mismo tiempo también hay que ayudarles a integrarse en nuestra cultura y en nuestra sociedad, sin que pierdan sus peculiaridades propias y legítimas. Esto resultará más urgente, tratándose de derechos y deberes regulados por la ley. Y de esta integración saldrá también una renovación de nuestras comunidades cristianas, ya que muchos son católicos, pero también una renovada sociedad catalana, como la larga tradición de nuestra cultura manifiesta ampliamente con las aportaciones de las diferentes emigraciones, realizándose así un noble intercambio de dones recíprocos. Sobre todo en referencia al derecho a emigrar y a la acogida de los emigrantes, teniendo presente el bien común universal, que comprende toda la familia de los pueblos, hay que superar todo egoísmo nacionalista33 por parte de los pueblos que acogen y, al mismo tiempo, «los inmigrantes tienen el deber de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y su identidad nacional».34

 

f. La crisis económica tan grave que sufrimos

 

[15] La grave crisis económica que atraviesa el mundo y golpea a personas y poblaciones ha puesto más de manifiesto la precariedad de nuestra sociedad globalizada, que parece escapar al control de los estados y de otras instituciones internacionales. Las medidas para paliarla que se están tomando y que pueden terminar afectando sobre todo a los más débiles y necesitados, reclaman que sea ejemplar la lucha contra el fraude, el freno al enriquecimiento fácil e injusto, y que se promueva la creación de nuevos puestos de trabajo y que la solidaridad siga aumentando.
No podemos dejar de decir que éstos son momentos de reflexión y de análisis de cómo estamos construyendo nuestra sociedad, no sólo los gobernantes, sino todos los ciudadanos; y no podemos rehuir esta responsabilidad. Precisamente, el papa Benedicto XVI con su encíclica Caritas in veritate proporciona un valiente análisis de cuáles son las raíces de nuestras verdaderas carencias y cuáles han de ser, por tanto, las vías para un auténtico desarrollo integral de las personas. Si el trasfondo de la crisis económica es una crisis moral profunda, necesitaremos profundizar -también en nuestra tierra-, por encima de las necesarias soluciones técnicas, la gran «vocación» a la que está llamado el hombre, todo hombre y mujer, que es la vocación a la felicidad bienaventurada, a la vida en el Espíritu, hecha de caridad divina y de solidaridad humana.35
[16] Contando con la ayuda de Dios, podemos creer en la capacidad de reacción y regeneración de nuestra sociedad catalana para afrontar la crisis. Será desde una vida «virtuosa» y, en especial, con la austeridad, la justicia y la solidaridad, como encontraremos caminos de salida y de esperanza para los más afectados por la crisis económica, con una redistribución más justa de la riqueza y un ejercicio de «las virtudes humanas que haga sentir la belleza y la atracción de las buenas disposiciones para el bien»36, así como promoviendo actividades económicas verdaderamente productivas y respetuosas con la dignidad de la persona, que hagan realidad que la persona humana sea el centro de toda la economía. El esfuerzo de concebir y realizar proyectos economicosociales capaces de favorecer una sociedad más justa y un mundo más humano representa un duro reto, pero también un deber estimulante, para todos los agentes económicos y para los que cultivan las ciencias económicas.37
Es necesario que valoremos y agradezcamos todo lo que se está haciendo desde las comunidades parroquiales y las instituciones solidarias, especialmente desde Cáritas y otras instituciones de ayuda, con tantos voluntarios movilizados y tantas personas, que están poniendo los recursos pastorales y de asistencia que la Iglesia tiene a su alcance, al servicio de los afectados por esta crisis. Y pedimos que se mantenga y crezca este trabajo caritativo, con nuevas iniciativas que promuevan la solidaridad y la justicia, y al mismo tiempo se incentiven las actividades empresariales responsables para mantener y ampliar los puestos de trabajo. Todos hemos de continuar en el camino del servicio y la entrega generosa hacia los que más lo necesitan.
Es el momento, también, de mirar adelante y de trabajar más esforzadamente pensando en las generaciones futuras. Los obispos hacemos un llamamiento a todos los agentes sociales -autoridades, empresarios, dirigentes, trabajadores- a no decaer en el esfuerzo, a pesar de la dureza de las circunstancias, y a trabajar con esperanza, haciéndolo según los grandes valores humanos y cristianos. En este punto, constatamos más que nunca la vigencia y actualidad plenas de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, de los que es hora de hacer un nuevo descubrimiento y una nueva difusión.38

 

g. La familia y la educación

 

[17] Uno de los ámbitos más sensibles de la profunda crisis social que sufrimos, es el de la familia y de la educación. Mirándolo desde el punto de vista de las raíces cristianas, debemos decir que, si las nuevas generaciones no viven lo suficientemente bien los valores que hasta ahora han configurado nuestra cultura, es precisamente porque no se ha producido correctamente la transmisión de estos valores en los dos ámbitos primarios de socialización, que son la familia y la escuela.
Los avances sociales son, en este terreno evidentes, sobre todo en relación a la asimilación de un trato más personalista en la familia y en el acceso a la educación de todo el mundo, así como al aumento considerable de medios pedagógicos. Sin embargo, tanto la familia como la escuela, como instituciones socializantes y educadoras de la persona en su integridad, sufren una profunda crisis. Ambas tienen en común la misión de educar, pero parece que su labor educativa global haya quedado desdibujada y haya perdido su sentido profundo, su fundamento, su contenido y su finalidad.
La visión cristiana reconoce a la familia como el núcleo primario y fundamental de la sociedad: una comunidad de vida y de amor, que está al servicio de la vida humana. La familia es el ámbito en el que la vida es recibida como don de Dios y fruto del amor de los esposos. Por eso damos gracias a Dios por los esposos que con generosidad viven la «paternidad responsable» y hacemos un llamamiento a los esposos cristianos a una fecundidad generosa mayor, ya que el futuro de un pueblo son sus hijos. Como nos ha recordado Benedicto XVI, durante su estancia entre nosotros, «el amor generoso e indisoluble de un hombre y de una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su infancia, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde hay amor y fidelidad nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por medidas económicas y sociales adecuadas para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo la plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia estén decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya todo lo que promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar».39
A la familia pertenecen originariamente la misión, el derecho y el deber de la educación. La sociedad en general y la escuela en particular también educan, pero a manera de prolongación de aquel derecho originario e inalienable de los propios padres. Los problemas aparecen cuando la familia sólo está al servicio de los intereses individuales y la sociedad al servicio de una determinada ideología. Sobre todo, cuando la propia educación no recupera su objetivo último y no lo clarifica. En efecto, superando la mera instrucción, la educación tiene por finalidad ayudar a conformar un sujeto humano con las cualidades morales y espirituales que tendrían que caracterizar a una persona plenamente madura.40 De hecho, no existe ninguna pedagogía o sistema educativo que no contribuya a crear un modelo de ser humano determinado. En el caso de la educación cristiana, el modelo es Jesús mismo, con todas sus dimensiones plenamente humanas. La Iglesia, al proponer el modelo humano de Jesucristo, lo hace desde el convencimiento de que está ofreciendo un servicio decisivo a la humanización de la sociedad.
[18] En esta hora también es necesario afirmar el valor fundamental de la escuela como institución al servicio de la transmisión de la cultura y de la educación en la libertad. Dentro de su propuesta, la enseñanza de la religión se presenta como un elemento fundamental para promover el conocimiento y la libertad de los alumnos ante las grandes preguntas que siempre están presentes en su vida. La clase de religión transmite el patrimonio cultural, nuestras raíces cristianas y, al mismo tiempo, ayuda a afrontar las grandes preguntas sobre el sentido de la vida y los grandes valores que la orientan. La institución escolar es un elemento decisivo para promover la participación en la construcción de la sociedad: «Con razón podemos pensar que el destino de la humanidad futura se encuentra en manos de aquellos que sabrán dar, a las nuevas generaciones que tienen que llegar, razones para vivir y razones para esperar.»41

 

h. Equilibrio ecológico amenazado

 

[19] La constatación que ya hacía Raíces cristianas de Cataluña de que el crecimiento de medios y el enturbiamiento de las conciencias hacia la protección de la naturaleza nos pone en peligro de autodestrucción, hoy todavía se pone más de manifiesto, a pesar de haber aumentado la intensidad y el número de voces que llaman a una sensibilidad ecológica más clara.
Ya el Santo Padre Juan Pablo II advertía que «los graves problemas ecológicos reclaman un cambio efectivo de mentalidad que lleve a adoptar nuevos estilos de vida».42 Las decisiones sobre las relaciones con nuestro medio ambiente -consumo, ahorro e inversiones-, han de responder a la búsqueda de la verdad, la belleza, la bondad y la comunión con los demás hombres, y siempre han de referirse a estilos de vida inspirados en la sobriedad, la templanza, la autodisciplina, tanto en el ámbito personal como en el social. Es necesario escapar de la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos, basándose en una conciencia renovada por la interdependencia que vincula entre ellos a todos los habitantes del planeta. «La cuestión ecológica no debe afrontarse sólo por las terribles perspectivas que la degradación ambiental perfila: debe traducirse, sobre todo, en una fuerte motivación para una solidaridad auténtica a escala mundial.»43
Celebramos este cuidado y atención hacia lo natural, y creemos, como dice el papa Benedicto XVI, 44 que la fe en un Dios creador nos permite asumir el deber de respetar la naturaleza y sus leyes, como verdadero don suyo, y al mismo tiempo hacer un uso responsable creando cultura al servicio de todos, en solidaridad también con las futuras generaciones. Con todo, igualmente queremos subrayar que este amor a la naturaleza debe comenzar, especialmente, por el amor y el cuidado de toda forma de vida, de manera particular por la persona humana -hecha a imagen y semejanza de Dios, como enseña el libro del Génesis-45, y que es portadora de un destino eterno y esto desde su mismo inicio hasta su fin natural.

 

 


5. Llamada a vivir y practicar el Evangelio de la esperanza

 

 

[20] Anunciar, celebrar, servir y vivir concretamente el Evangelio de la esperanza es el programa fundamental que propuso Juan Pablo II en la exhortación apostólica postsinodal La Iglesia en Europa, con la que daba una respuesta a una sociedad europea en peligro de arrinconar y menospreciar su herencia cristiana46 y Benedicto XVI nos ha dado una bella guía sobre la grandeza de la esperanza cristiana en su carta encíclica Spe salvi.47 El documento episcopal Raíces cristianas de Cataluña y el más reciente, firmado también por los obispos de Cataluña en febrero de 2007, Creer en el Evangelio y anunciarlo con nuevo ardor, ya hacían un llamamiento a la evangelización de Cataluña con su realidad histórica, cultural y nacional, y a la reactivación de la fe en la sociedad y la cultura actuales. Con esto los obispos de Cataluña querían ofrecer el mejor y más positivo servicio que la fe da al mundo secular. Los cristianos, en todos los ámbitos de este mundo, estamos llamados a vivir y proclamar el Evangelio de la esperanza. Las resoluciones y el mensaje de nuestro Concilio Provincial Tarraconense, celebrado en el año 1995, son puntos de referencia seguros y luminosos, también hoy, para poner en práctica concretamente esta nuestra labor de anunciar a Cristo a todos los hombres y mujeres.48
En momentos de crisis económica, moral y política muy preocupantes, necesitamos anunciar la esperanza. Esto significa que uno de los espacios donde más urgentemente es necesario que los cristianos vivan, testimonien y practiquen el Evangelio de la esperanza es el de la política y de las instituciones responsables de la elaboración de las leyes reguladoras de nuestra vida social y económica. Nuestra llamada se dirige muy especialmente a los laicos y laicas cristianas que, como presencia de la Iglesia en el mundo secular, tienen el deber y el derecho de participar en la vida pública según los criterios éticos que emanan de su fe y con el espíritu que la Iglesia señala para momentos de grandes cambios sociales y políticos, al inicio de un nuevo milenio.49
Igualmente vemos necesario el compromiso laical en el doble reto de la inculturación del Evangelio y de la evangelización de la cultura actual, así como en la labor de formar la conciencia social según los criterios de la Doctrina Social de la Iglesia. Es precisamente en este campo de la realidad social y económica donde hoy los cristianos hemos de aportar la riqueza de la doctrina evangélica y nuestro compromiso de los cristianos y la voz profética de la Iglesia en Cataluña en favor de los más débiles y necesitados de la sociedad no faltará.
Precisamente recordando las raíces cristianas de Cataluña y los frutos que ya han dado, nos lo ha reclamado el Santo Padre Benedicto XVI en su reciente visita a la Obra Benèfico Social del Nen Déu de manera muy emotiva, escuchando y haciéndose muy cercano a los niños y jóvenes discapacitados: «En estos momentos, en los que muchos hogares pasan serias dificultades económicas, los discípulos de Cristo hemos de multiplicar los gestos concretos de solidaridad efectiva y constante, manifestando así que la caridad es el distintivo de nuestra condición cristiana (...) "Todo lo que hicisteis a uno de éstos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). En esta tierra, estas palabras de Cristo han impulsado a muchos hijos de la Iglesia a dedicar sus vidas a la enseñanza, la beneficencia o el cuidado de los enfermos y discapacitados. Inspirados en su ejemplo, os pido que continuéis socorriendo a los más pequeños y necesitados, dándoles lo mejor de vosotros mismos.»50

 


Conclusión

 

 

[21] Hace veinticinco años, nuestros predecesores se sintieron llamados a poner de relieve las raíces cristianas de Cataluña y renovaron el compromiso de la Iglesia a favor de nuestro pueblo. Ahora los pastores de las diócesis con sede en Cataluña sentimos la urgencia de reavivar estas raíces y de impulsar nuevas iniciativas evangelizadoras, con espíritu de servicio, para el bien del país, de su cultura y, sobre todo, de todas las personas que viven aquí. La reciente visita del Santo Padre a Barcelona nos anima en este sentido misionero y nos indica nuevos caminos por donde progresar confiadamente en este nuestro intento.
La sociedad contemporánea, como ya nos indicaba el papa Pablo VI,51 quiere testigos más que maestros, y si acepta a los maestros lo hace en la medida en que son testigos auténticos. Es por eso que proponemos a todos los cristianos un renovado compromiso en la vivencia de la fe y en su adhesión amorosa a la Iglesia, y pedimos no cansarnos nunca de predicar la Palabra de Jesucristo, en toda circunstancia, yendo a lo esencial de su mensaje de amor. Todos necesitamos vivir con más radicalidad y coherencia lo que predicamos, para que muchos de nuestros coetáneos puedan sentirse atraídos nuevamente por Jesucristo y se descubran invitados a formar parte activa de la comunidad de sus discípulos.
[22] Somos conscientes de las carencias y los errores que, como miembros de la Iglesia, hayamos podido cometer en un pasado más o menos lejano, y humildemente pedimos perdón; pero al mismo tiempo también somos conscientes del papel insustituible que ha tenido la Iglesia y el cristianismo en la historia milenaria de Cataluña, y estamos convencidos de que los cristianos, guiados por la luz siempre actual de la Buena Nueva del Señor Resucitado, podemos seguir contribuyendo decisivamente en el presente y en el futuro. Somos hijos de una gloriosa tradición y nos sabemos colaboradores de un apasionante proyecto de Dios mismo, por el bien de toda la humanidad, en el presente y en el futuro. Somos herederos de una gloriosa tradición que ha arraigado en «una tierra que, con toda probabilidad, acogió la predicación de Pablo y que, posteriormente, fue regada por la sangre del protomártir Fructuoso, obispo, y de sus dos diáconos, Augurio y Eulogio».52 Es el Señor quien nos abre los caminos y es fiel a sus promesas, que se realizan en la debilidad de nuestra vida. Así lo proclamó san Fructuoso, inspirado por el Espíritu Santo, en el momento de entregar su vida: «No os faltará pastor, y el amor y la promesa del Señor ya no podrán fallar, ni en este mundo ni en el otro. Porque esto que estáis viendo es debilidad de una hora.»53
Por eso sentimos la necesidad de recurrir con fe y confianza a la omnipotencia de Dios en la oración personal y comunitaria, y de reafirmar nuestros lazos fraternales de comunión en el Señor, en nuestras diócesis y parroquias, en nuestras comunidades y en nuestras familias, en las asociaciones y movimientos. Sólo así podremos ofrecer respuestas adecuadas para que toda la Iglesia se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover y llevar a cabo con gozo y acierto la nueva evangelización que el Señor nos encomienda en los inicios de este tercer milenio de la era cristiana.54 Nos proponemos y proponemos a todo el pueblo cristiano que peregrina en Cataluña, una nueva primavera del espíritu, un nuevo impulso evangelizador al servicio de toda la sociedad y una entrega generosa a los más pequeños y necesitados: que cada uno en su entorno sea llama ardiente de fe y de caridad.
¡Que el Señor bendiga nuestros propósitos y la Virgen, venerada en nuestra montaña santa de Montserrat y en nuestros innumerables santuarios de nuestra tierra catalana, nos acompañe y nos sostenga en el camino del servicio a nuestro pueblo!

 

 

Los obispos de Cataluña
21 de enero de 2011
Fiesta de los santos mártires Fructuoso, Augurio y Eulogio

 

 


1 Los obispos de Cataluña, Raíces cristianas de Cataluña, 27 de diciembre de 1985, apartado 1º, nn. 2 y 5.
2 Benedicto XVI, Homilía en la Sagrada Familia, Barcelona 7 de noviembre de 2010.
3 Benedicto XVI, Palabras durante la visita a la Obra Benèfico Social del Nen Déu, Barcelona 7 de noviembre de 2010.
4 Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final, 13 de diciembre de 1991, n. 3.
5 Cf. Mt 13,44-46.
6 Los obispos de Cataluña afirmaban: «Como obispos de la Iglesia en Cataluña, encarnada en este pueblo, damos fe de la realidad nacional de Cataluña, configurada a lo largo de mil años de historia y también reclamamos para ella la aplicación de la doctrina del magisterio eclesial: los derechos y los valores culturales de las minorías étnicas dentro de un Estado, de los pueblos y de las naciones o nacionalidades, han de ser respetados e, incluso, promovidos por los estados, los cuales de ninguna manera pueden, según derecho y justicia perseguirlos, destruirlos o asimilarlos a otra cultura mayoritaria. La existencia de la nación catalana exige una estructura jurídico-política adecuada que haga viable el ejercicio de los citados derechos. La forma concreta más apta para el reconocimiento de la nacionalidad, con sus valores y prerrogativas, corresponde directamente al ordenamiento civil.» Raíces cristianas de Cataluña, 27 de diciembre de 1985, apartado 3: El hecho de la nacionalidad catalana, n. 8.
7 Juan Pablo II, Discurso en el Parlamento europeo, Estrasburgo, 11 de octubre de 1988, n. 4.
8 Juan Pablo II, Discurso en la Unesco, París 2 de junio de 1980, n. 14.
9 Íbidem, n. 15.
10 Cf. Juan Pablo II, carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 1987, nn. 38-40.
11 Benedicto XVI, Homilía de las primeras vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, 28 de junio de 2010. Ver también Benedicto XVI, carta apostólica en forma de motu proprio Ubicumque et semper, 21 de septiembre de 2010.
12 Benedicto XVI, Discurso a los representantes de la sociedad británica en el Westminster Hall, Londres 17 de septiembre de 2010.
13 Íbidem.
14 Cf. Mt 25,14ss.
15 Benedicto XVI, Homilía en la Sagrada Familia, Barcelona 7 de noviembre de 2010.
16 Íbidem.
17 Jn 14,6.
18 Ap 21,10.
19 Benedicto XVI, Homilía en la Sagrada Familia, Barcelona 7 de noviembre de 2010.
20 Hb 13,8.
21 Cf. Mt 5,14; Jn 8,12; Jn 9,5.
22 Mt 28,20.
23 Cf. Benedicto XVI, Discurso a los representantes de la sociedad británica en el Westminster Hall, Londres 17 de septiembre de 2010.
24 Mc 12,17.
25 Benedicto XVI, Discurso a las autoridades del Estado en el palacio del Elíseo, París, 12 de septiembre de 2008.
26 Cf. Benedicto XVI, carta encíclica Caritas in Veritate, 2009, n. 77.
27 Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana con motivo de la Navidad, 21 de diciembre de 2009.
28 Los obispos de Cataluña, Creer en el Evangelio y anunciarlo con nuevo ardor, Claret, Barcelona, 2007.
29 Cf. Benedicto XVI, carta encíclica Caritas in Veritate, 2009, nn. 34-42.
30 Benedicto XVI, carta encíclica Caritas in Veritate, 2009, n. 62.
31 Cf. Ex 23,9; Lv 19,33-34.
32 Cf. Mt 2,14 y 25,35.
33 Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Migraciones, 2 de febrero de 2001, n. 3.
34 Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, 16 de enero de 2011.
35 Catecismo de la Iglesia católica, 1.699 y 1.726 (y también 1.877 ss.).
36 Catecismo de la Iglesia católica, 1.697 (y también 1.803 ss.).
37 Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, año 2000.
38 Cf. Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004), Claret, Barcelona, 2005.
39 Benedicto XVI, Homilía en la Sagrada Familia, Barcelona, 7 de noviembre de 2010.
40 Cf. Benedicto XVI, carta encíclica Caritas in Veritate, 2009, n. 61.
41 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 31.3.
42 Juan Pablo II, carta encíclica Centesimus annus, 1991, n. 36.
43 Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004), Claret, Barcelona, 2005, n. 486.
44 Cf. Benedicto XVI, carta encíclica Caritas in Veritate, 2009, n. 48.
45 Cf. Gn 1,26-27.
46 Cf. Juan Pablo II, exhortación apostólica Ecclesia in Europa, 2003, nn. 44-121.
47 Cf. Benedicto XVI, carta encíclica Spe salvi, 30 de noviembre de 2001.
48 Cf. Concilio Provincial Tarraconense 1995. Documentos y resoluciones, Barcelona 1996, res. 1.
49 Cf. Juan Pablo II, exhortación apostólica Christifideles laici, 30 de diciembre de 1988; carta apostólica Novo millennio ineunte, 6 de enero de 2001.
50 Benedicto XVI, Palabras durante la visita a la Obra Benèfico Social del Nen Déu, Barcelona 7 de noviembre de 2010.
51 Cf. Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975.
52 Los obispos de Cataluña, Pablo, apóstol de nuestro pueblo, Claret, Barcelona, 2008, p. 3.
54 Maritiri dels sants Fructuós, Auguri i Eulogi, dentro de Actes dels màrtirs, Proa, Barcelona, 1991, p. 123.
55 Cf. Benedicto XVI, carta apostólica en forma de motu proprio Ubicumque et semper, 21 de septiembre de 2010.

 

 

Destacados:
«El pueblo catalán quiere y puede ofrecer su contribución desde su especificidad, arraigado en su historia, su cultura y su lengua milenarias»

 

«Tal como sucede en la Escritura vista con ojos de fe, también en la basílica de la Sagrada Familia, la centralidad es para Jesucristo, el Verbo hecho carne, Dios hecho hombre»